NOTA PREVIA: Esto va a ser una historia larga, así que no tienen que leerla si no quieren… Pero si lo hacen, pueden comentarme lo que sea. Aceptaré regaños, críticas, insultos o comprensión. Lo que quieran darme, queridos compañeros anónimos.
2014
Hace dos años, cuando apenas tenía 18, quise intentar tener mi primera relación estable con un chico.
Como nunca he sido bueno ni siquiera para hacer amigos ―la mayoría me considera antipático sólo por serio―, hice lo único que por aquél momento creí que era mi única oportunidad: crear un perfil en Badoo (que es la red social con más gays por acá). Claro que sabía que la mayoría la usa para tener sexo y más nada ―de hecho, mi primera vez fue con un chico que conocí por allí, cuatro años antes―, pero, como dije, pensaba que sería la única forma de conocer a otros.
Me escribían varios, unos yendo directo al grano (sexo y nada más) y otros que simplemente no me gustaban. Al pasar una o dos semanas conocí a dos chicos que parecían ser «un buen partido». A ambos les dije sobre el otro ―siempre soy honesto y directo―, por lo que sabían que en algún punto iba a elegir entre ellos. Claro que no les gustaba la idea, porque parecía que estuviese hablando de modelos de auto o de teléfono y no de personas, pero les recordé que es algo que todos hacemos en mayor medida: «Elegimos a quien tenemos de pareja y elegimos a nuestros amigos. Toda nuestra vida son decisiones constantes».
Ambos eran impacientes y querían que decidiera rápido, por lo que me pidieron una cita formal lo más pronto posible:
Al primero, que llamaré «El político twittero» ―porque está en un partido como dirigente estudiantil y Twitter es su obsesión―, lo conocí yendo primero al cine a ver la última película de los «Juegos del hambre». Mientras proyectaban el filme me golpeó suavemente una de mis piernas, y cuando volteé a verlo movió la cabeza hacia abajo mientras levantaba un poco las cejas. Cuando me fijé en mis piernas, noté que una de sus manos se abría y se cerraba. Entonces le tomé la mano, y así estuvimos hasta el final. El aire acondicionado era muy fuerte, y como tiendo a sudar mucho, incluso en aquellos momentos pude calentarle un poco la mano mientras se la sostuve. Al salir, bajamos en un ascensor vacío y me robó un beso rápido y crudo. Fue más como un golpe en la cara.
El segundo lo conocí al siguiente día visitándolo en su universidad, le diré simplemente «El psicólogo» ―porque es lo que estudia―. Me dio un recorrido por algunos lugares de la misma, y jamás olvidaré que me señaló unos baños cerca de una fuente y me dijo: «allí está el gloryhole». Quizá es algo a lo que otras personas están acostumbradas, pero debo añadir que dicha institución educativa es católica, por lo que uno no puede dejar de encontrar inquietante que algo así se dé como si nada entre muros que se suponen resguardados por monjes. Pero claro, ahora todos hablan de la pedofilia a raíz de la peliculita ganadora del Oscar ―cuando hay un documental mucho mejor que deberían ver si les interesa el tema―…
En fin, retomo lo que iba diciendo para no divagar más. Hicimos el recorrido y luego nos sentamos a almorzar en un área llena de árboles frente a la biblioteca principal. Si no recuerdo mal, me dio de su comida. Nos contamos un resumen apresurado de nuestras vidas (todo lo que no nos habíamos dicho ya por Badoo), y luego de descansar acostados sobre el césped por un rato, quiso besarme. El problema es que había gente alrededor, lo que me incomodaba muchísimo, y de hecho un chico se acercó a pedirnos fuego para su cigarro justo cuando «El psicólogo» se acercaba a mi rostro. Giré el rostro para hacerle ver que no quería, y luego le expliqué por qué. Al rato debía devolverme ya, pues era tarde y para ir a mi casa necesitaba tomar el tren subterráneo completamente solo. Al despedirme, le besé el cuello mientras lo abrazaba, para que viera que el beso no lo había rechazado por él per sé, sino por la gente. Acá no somos bien vistos, por si no queda claro. Ni siquiera me atrevería a tomarle la mano en público a otro chico, maldita sea.
Los días siguientes, tanto «El político twittero» como «El psicólogo», me presionaron para que decidiera finalmente con quien quería intentar mi primera relación (ser novios, pues, para decirlo sin pudor). Al segundo, por algo que no logro recordar ahora, le había cantado y dedicado una canción que me gusta[ba] mucho («Happy Together», de The Turtles), mandándole un vídeo de mi cover para él por WhatsApp. Había dicho que le encantaba, y creo que lo demostró suficientemente al leer mi blog ―algo que ningún chico interesado en mí ha vuelto a hacer desde entonces―. Con el twittero no había compartido mucho a decir verdad, pero no podía dejar de pensar en lo asertivo, decidido, «lo salido» (expresión venezolana) que era.
Iba a continuar con esto, pero ya me cansé de recordar y de describir todo para que puedan tener contexto antes de juzgar. Así que lo dejaré así como un intento perdido, un proyecto sin finalizar, como tantos «pudo haber sido» de nuestra vida.